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El saxofonista Ricardo Cavalli vive en Castelar, en la Provincia de Buenos Aires.
Hacia allí fuimos a entrevistarlo una gélida mañana de julio. Partimos desde Villa Urquiza. El transporte público argentino no es motivo de orgullo desde hace muchos años. Digamos, por poner una fecha, desde su creación. O sea... tuvimos inconvenientes para llegar.
Cuando arribamos al domicilio Cavallístico, don Ricardo no estaba. Llegaría en cualquier momento, había salido por una cuestión familiar. Pero no estaba.
Al llegar se deshizo en disculpas. No hacía falta. Al verlo llegar guardé las Molotov en el bolso.
Luego fue la entrevista.
Y el regreso, que en realidad se convirtió en un viaje hasta Palermo, fue mucho más accidentado. Con policías no dejando subir al andén de la estación Castelar y debiendo irnos hasta Hurlingham (que no es tan cerca), para de allí sí, emprender la vuelta. Una vuelta al mundo. En cada vagón había uno o dos policías. Esto, por supuesto, no nos tranquilizó. Finalmente llegamos a destino, mucho más tarde de lo previsto, aunque sin tener que lamentar víctimas ni daños materiales.
La charla con el saxofonista nacido en 1969 no tuvo estos inconvenientes.
De haberlos tenido, estaban las Molotov.
Nos dirigimos a su flamante estudio y empezamos. A hablar de cualquier cosa. Quiero decir... esas cosas que no se publican y que suelen ser (muy) jugosas.
Y no te las cuento.
Por respeto a... mi integridad física.
También comenzó una ronda de mate con miel, pero Cavalli se reveló como un inconsistente y discontinuo cebador, por lo que en la más de hora y media de conversación, tomamos apenas tres. Y el último fue autoservice.
Por supuesto que esto contrasta con su actitud frente al arte.
Afortunadamente.
Ricardo Cavalli comenzó a estudiar piano a los 9 años. Pero, cuándo no, al escuchar a Coltrane a los 12, viró al saxofón.
Ingresó al Conservatorio de Música de la Ciudad de Buenos Aires "Manuel de Falla" y estudió saxofón con Hugo Pierre, Andrés Boiarsky y Carlos Lastra, clarinete con Julio Rizzo, armonía y composición con Armando Alonso.
En 1994 recibió una importante beca para estudiar Jazz Composition en la Berklee College of Music de Boston, Estados Unidos, país en el que residió hasta 1999. Allí estudió con los músicos Frank Tiberi, de la Woody Herman Band, y Greg Hopkins, entre otros. En esa misma ciudad tomó clases de improvisación con Jerry Bergonzi y es invitado por Joe Maneri, pionero de la música microtonal, a cursar las clases dictadas por él en el New England Conservatory.
En New York es seleccionado por el Lake Placid Institute para cursar un seminario de composición y práctica orquestal dictado por Bob Brookmayer, Jim Mc Neely y Maria Schneider, entre otros. También realizó trabajos profesionales con Rez Abazzi.
Tanto en Boston como en New York participó en varios conciertos y jam sessions.
A su regreso a la Argentina, integró varias formaciones: el quinteto de Javier Malosetti, la banda ¡En el Aire! de Guillermo Bazzola, Quinteto Urbano, el cuarteto de Sergio Gruz, el septeto y noneto de Guillermo Klein, participa del sexteto de Ernesto Jodos, del quinteto de Hernán Merlo, del sexteto de Pepi Taveira, la Mariano Otero Orquesta, se presenta en dúo con Adrián Iaies y actúa como invitado de Oscar Giunta Trío e innumerables bandas.
Se lo reconoce como artista revelación del año 1999.
Grabó con Javier Malosetti, Nico Cota, Laura Andel, Lucas Sedler y Carmina Cannavino.
Es elegido por la prensa especializada como el mejor saxofonista de los años... todos.
Hacia fines del 2002 edita su primer álbum, La Entrega, grabando nueve composiciones de su autoría. La prensa local lo selecciona como el mejor álbum del año en el género.
En octubre de 2004 aparece su segundo disco, Súndaram (belleza), liderando el trío integrado por Jerónimo Carmona en contrabajo y Oscar Giunta en batería, con la participación especial de Guillermo Romero al piano. El álbum, editado por EMI Odeón, formó parte de la primera entrega de S’Jazz.
Actualmente se encuentra en plena grabación de lo que será su tercer opus, cuyo título tentativo es Tres tríos. También está en lista de espera un álbum con Jerónimo Carmona y Pepi Taveira. Y el demorado proyecto a dúo con el pianista Guillermo Romero.
El saxofonista ya había participado de nuestra sección 1x5(+1), pero hacía tiempo que teníamos ganas de conversar con él, viajar y tomar mate.
Los dos primeros items se lograron cabalmente.
Muchos lo consideran el mejor saxofonista de jazz de la Argentina. Algunos, incluso, lo destacan como uno de los mejores músicos del país.
Cordial, afable, atento, efusivo y sin pelos en la lengua, Ricardo Cavalli tiene muy en claro a dónde está y hacia dónde va. Interesante en sus conceptos, sin respuestas de compromiso, potente y concentrado en sus declaraciones, nos hizo pasar un momento bárbaro, en el que hubo de todo. Cavalli se mostró tal cual es.
Y les puedo asegurar que no es poca cosa.
Eso sí... en la próxima charla, el mate lo hago yo.
Yo nací en Capital Federal. Pero vivía en Ramos Mejía. Después nos mudamos a Bella Vista. Y nunca pensé que iba a terminar acá, en Castelar, tan cerca de Ramos Mejía. Nos vinimos por razones de familia: mi mujer trabaja en una escuela cercana y que será el colegio de mis hijos porque tiene un proyecto muy interesante, sin fines de lucro, un aporte muy valioso para la sociedad. Mi papá era amante de Louis Armstrong, le gustaba lo que hoy llamamos jazz tradicional. Y un amigo me empezó a traer discos más “modernos” a casa, como Blue Train; escuché a Jim Hall con Paul Desmond, Percy Heath y Connie Kay, un disco que se llama First Place Again que escuché en toda mi infancia, junto con Blue Train. De chico estudiaba piano y a los 12 años le dije a mi vieja que cuando escuchaba a Coltrane yo interpretaba que la música me decía algo, como si tuviera letra. Y a los 12 ó 13 años me compraron un saxofón.
Alto, seguramente.
Sí señor. Exactamente. Al poco tiempo me llegó un disco que es una maravilla y mirá vos... hace poco un alumno me trajo un DVD con ese concierto: estaban Zoot Sims en saxo tenor (que fue lo que me decidió a volcarme por el tenor... a los 13 años), Benny Carter en saxo alto, Roy Eldridge en trompeta, Clark Terry en flugelhorn, Tommy Flanagan en piano, Keeter Betts en contrabajo y Bobby Durham en batería. Ese disco me lo sé de memoria, era de la serie Jazz at the Philarmonic, que comandaba Norman Granz. Y la otra noche, cuando todos se habían acostado, me puse a ver el DVD. Y cuando vi el solo que hace Zoot Sims en Autumn Leaves... yo no me emociono mucho escuchando música al nivel de lagrimear. Me pasa por otro lado. Pero la verdad es que me conmoví al verlo tocar a Sims de esa manera. Para mí que estaba un poco... (gestos de borracho e inmediatas carcajadas), porque estaba medio ladeado... pero el tipo tocó con una entrega que desde que lo escuché me quedó grabado en el oído de mi mente para toda mi vida. Me acuerdo y se me eriza la piel. Cómo un músico puede poner el corazón al servicio de la música. Lo mismo me ocurre con Coltrane o con (Stan) Getz. Ésos son los tres tenores que emocionalmente me llevan hacia algún lugar. También algunos conciertos de Joe Lovano o de Billy Harper. Cuando no hay especulación. Porque puede haber mucho trabajo intelectual en la previa pero cuando llega ese momento en el que realmente es... estar uno con la obra... y con Dios. Como cuando el maestro le dijo a un joven y ansioso Miguel Ángel que no veía la hora de empezar a trabajar en mármol, aquello de “cuando llegue el momento vas a ser vos, el mármol y Dios”. Y más vale que en esos momentos haya algún tipo de conexión... (sonríe).
Yo, en aquellos discos que te mencioné, se ve que algún tipo de conexión encontré como para decidirme por el saxo, aunque a mí también me gustaba mucho el bandoneón. Estaba entre uno y otro. Después me vine a enterar que son dos instrumentos de sonoridad bastante familiar. Pero se ve que tuvo que ser el saxofón. También me gustaba el clarinete, escuchaba a Edmond Hall, en la época que estaba con Armstrong, en ese disco Ambassador Satch...
Con Pepi Taveira siempre hablamos de Armstrong, de cómo el tipo con dos notas te puede devolver la alegría, ¿no?
Michael Brecker Todo esto a los 12 ó 13 años...
Y sí... yo me fui de viaje de egresados en el ’87 escuchando el disco debut de Michael Brecker, con esa introducción en piano de Kenny Kirkland que cuando lo escuché... ¡casi me muero! Yo estaba con Brecker en el micro y los demás con Depeche Mode (risas). Que también me gustaba... porque la música ochentosa fue bastante linda, a mí me gusta esa porquería (carcajadas).
También había otras cosas...
Claro... estaba Sting con Bring on the Night, por ejemplo. Yo me muero con Sting, un capo...
Pero convengamos que no era algo habitual escuchar a Brecker en un viaje de egresados...
Y... era medio aparato pero tuve una adolescencia insertada. Yo cursaba clarinete en el conservatorio con Julio Rizzo. A la mañana iba al secundario y todas las tardes me iba desde Bella Vista hasta el (conservatorio) Manuel de Falla. Y tenía mis amigos en la música y mis amigos en la escuela. Y la pasaba fenómeno...
Pero ibas a fiestas también, supongo...
Sí, claro... me encantaba... no era un nerd... (risas). Y me gustaba estudiar música. Mucho. Desde pibe fui muy devoto del instrumento. (Piensa y sonríe) Algo gracioso va a salir de esto, leí un par de cosas que escribiste sobre mí y otras sobre Lovano que me hicieron reír mucho. Lo de cómo fue criado y lo que morfaba de chico...
Y... pasa que hay gente que cree que si escuchás jazz no te podés divertir...
Por supuesto, entiendo lo que decís, todavía queda de esa gente...
Y mucha. Pero volvamos a tu historia. Tocar el saxo, ¿te ayudaba a relacionarte con los demás? Porque hasta no hace mucho, cuando en un concierto aparecía un saxofonista, a la mayoría de las chicas se le iban los ojos o con el músico o con el instrumento. En cambio para los muchachos el instrumento debía ser una guitarra o una batería, no un saxo...
(Piensa) Yo sabía que era algo importante para mí y que algún efecto en la gente tenía, porque no era lo habitual tener un saxo en el placard. Creo que no lo necesitaba tampoco porque siempre fui muy jodón.
¿Y no te jodían con eso de “tocate algo”?
Y sí... pero yo siempre fui muy reticente. Me reventaba un poco la situación de que la gente creyera que de la campana iba a sonar una orquesta. Y cuando tocás solo, escuchás el saxo... solo (risas). Nunca me gustó esa situación. Y es muy difícil tocar bien melodías. El Gato Barbieri es un gran melodista. Es muy difícil, es todo un arte que muchas veces los improvisadores jóvenes subestiman. Están muy preocupados por el solo. Esa cuestión ombliguista.
¿A qué te referís con “los jóvenes”?
Jóvenes musicalmente. En una clínica en Boston lo escuché a Lovano decir algo muy interesante. Decía que le parecía mal que los acordes de una melodía estén en la página siguiente; que tenían que estar juntos. Que no había que peder de vista la melodía, que en definitiva es el leit motiv de la improvisación. En la época del be bop, al no haber tiempo para ensayos, algunas estructuras armónicas se utilizaban para distintos temas. (Charlie) Parker, por ejemplo: Donna Lee es Indiana. Pero vos no podés hacer el mismo solo sobre un tema que en otro. Porque vos estás haciendo un aporte sobre una variación, sobre una composición diferente, por más que la armonía sea la misma.
¿Cómo se piensa un solo?
Ésa es una respuesta difícil porque hay miles de formas de encararlo. Es como intentar responder a “cómo se piensa un cuadro”...
O sea que no tenés solos compuestos...
(Piensa) Mirá... yo sé que Pat (Metheny) ha escrito solos para muchos de sus discos. Lo ha declarado, incluso. Yo celebro, del jazz, la hermosa oportunidad de... (piensa), el arte de capturar el instante.
Una foto.
Eso. Ni más ni menos. Reflejar el momento.
OK, pero vos un día hacés un solo que te encanta, que es una improvisación. ¿Y no te jode tener la certeza de que, igual, no lo vas a volver a tocar?
Y... vos podés ver el vaso medio vacío o medio lleno. No sé quién lo dijo, pero es seguro que las noches más geniales han quedado sin registro. Esto no tiene fin. La creatividad un poco me remite a pensar en la abundancia, el infinito de la vida. Van a haber más ideas, más cosas por tocar.
Y por otro lado, un solo, ¿no termina, en algún punto, transformándose en parte de un tema?
Puede pasar. Después del solo de My Favorite Things de Coltrane... porque ahí ya no encontrás ni la melodía ni el humor del tema. Es una bola de energía tremenda. Y a partir de ahí se hizo más habitual que los solos tengan cierta independencia. Al principio sí, los solos en el jazz estaban más agarrados a la melodía. Con el tiempo, eso fue cambiando. Y el solo cobró una importancia que poco tiene que ver con la melodía. Está bueno que haya cierta unidad entre una cosa y otra. Pero no tiene por qué ocurrir, necesariamente.
¿Se puede ser músico de jazz sin hacer solos?
(Piensa) Y qué sé yo... Me cuesta pensarlo eso, porque la verdad que para mí los elementos más importantes en el jazz son la interacción, la improvisación y captar el momento. No sé cómo improvisaría Billy Strayhorn; porque ese tipo es uno de los compositores más importantes del jazz y como nunca lo escuché tocar...
Yo creo que es muy difícil... podrás ser muy buen compositor, pero tenés que saber improvisar también...
Pero mirá que no lo digo como una carencia sino como una elección. Un disco de trío o cuarteto, de jazz, que no tenga solos.
Y... no existe ese disco...
No sería jazz
Not file under jazz (risas).
¿Cuándo dijiste “voy a ser músico”?
(Piensa... mucho) A los... doce años...
¿Y tocabas con otros chicos, con otra gente?
A los trece. Tocaba sobre bases y con algún guitarrista. De chiquito a Papá Noel le pedía xilofones y trenes. Se ve que lo mío era viajar por la música.
¿Y cuándo formaste parte de un grupo “en serio”?
A los 14 tocaba en una banda de San Martín que se llamaba Los Dietéticos. Era una banda de garage y yo no tenía ni idea de lo que estaba tocando. Pero me encantaba el solo hecho de ir a los ensayos. A los 15 ó 16 ya empecé a encarar la cosa de otra manera. El primer concierto que vi fue a los 13 años: Billy Harper en el Teatro San Martín. Me llevó mi vieja. Y yo quedé entarugado en la butaca. Imaginate lo que podía ser para un pibe de la provincia de Buenos Aires ver eso a los 13 años... y con ese quinteto... Arranca el concierto con un gong y aparece Billy Harper arando y tocando a lo Harper... no quedó nada... ése fue mi primer show. Antes había ido a ver a Markama, porque era la recuperación de la democracia y había un momento de euforia...
Pero no ibas a los clubes
Y... era muy chico y vivía en provincia...
¿Y cómo te empezaste a relacionar con los músicos?
Un muy amigo mío fue el plomo de Horacio Larumbe y compañero de clarinete, Alfredo Torres. Los Torres son una familia a la que quiero mucho. Cuando se hacía tarde me quedaba a dormir en casa de ellos. Fijate.... mi primer trabajo profesional fue tocando en una obra de teatro, en Carlos Pellegrini y Av. Corrientes. Yo tenía 16 años y me tomaba, con mi saxo al hombro, el último colectivo 176 que salía para José C. Paz a la 1:40 de la mañana. Llegaba a mi casa a cualquier hora y al rato tenía que ir a la escuela.
Igual... disculpame, pero para llegar al 176 tenías que tomarte otra cosa antes...
Sí... estoy pensando cómo miércoles llegaba hasta Chacarita... era otra época... y más de una vez me quedaba dormido. Empezar a tocar conciertos con un grupo propio me costó bastante, si bien siempre tocaba con amigos o compañeros. Pasa que 15 ó 20 años atrás acá la escena del jazz era muy diferente. Antes de irme a estudiar a Estados Unidos teníamos que pagar para tocar... corríamos las mesas de un bar y tratábamos de juntar la guita para que el baterista pudiera volverse en taxi, aunque sea. Cuando volví, en el 2000, la escena estaba profesionalizada. Al toque empecé a tocar con Javier Malosetti, con el Quinteto Urbano, había boliches que se llenaban y empezaron los viajes al interior... era otro mundo...
¿Cuándo te fuiste a los estados Unidos?
En 1995, acababa de cumplir 25 años. Acá tenía un trío con Diego Lutteral y Guillermo Delgado con el que tocábamos por dos mangos en un barcito que se llamaba “El Mirador”, en Parque Lezama. Tocábamos standards y temas míos. Paralelamente tocaba en musicales y obras de teatro, que fue lo que me permitió juntar la plata para irme a estudiar.
Y luego, a tu regreso, el primer disco lo grabaste con ellos y con Guillermo Romero, ¿no?
Y sí... no podía ser de otra manera...
¿Qué te encontraste afuera que no encontrabas acá?
Y... acá no había nada en ese momento... estaba Malosetti, Navarro y otra gente a la que uno respeta y admira, pero había un estancamiento enorme en comparación a los Estados Unidos, por supuesto.
En ese momento el jazz era, como dijimos hace un rato, de saco y corbata, ¿no?
Lo que pasa es que con el tiempo el término jazz... ¡engorda! (risas). Dentro de poco, Shakira va a hacer jazz... es un lío esto ya... hablemos de buena música original, de música de autor comprometida, cualquier proyecto de Jodos, el Quinteto Urbano, Escalandrum, Iaies con sus distintas búsquedas, Javier Malosetti con lo que se le ocurra hacer... me están quedando afuera un montón... Mariano Otero con su orquesta... hay muchas cosas buenas... hemos recuperado valores, hemos tenido la suerte de recuperar a algunos músicos como Richard Nant o Guillermo Klein, que vino para armar un grupo y grabar, la suerte de que Juan Cruz de Urquiza no se quedara en los Estados Unidos... hay tipos que podrían haberse quedado en el exterior pero que han decidido quedarse acá y compartir sus búsquedas.
¿Vos creés que el jazz local tiene una identidad propia?
Uhhh... (se fastidia). Esa pregunta ya me la hicieron muchas veces. Y el otro día se me había ocurrido una buena respuesta pero me la olvidé (risas). ¿Alguna otra pregunta? (más risas).
Voy a esto: cuando escuchás a un músico argentino tocando jazz, ¿lo identificás con el país o el jazz es una música universal que no importa quién la toque?
(Enérgico) Mirá... hay que empezar diciendo qué es el jazz, qué es un músico de jazz, con qué cosa vos le das un diploma a un tipo como “músico de jazz”... qué sé yo... es un quilombo...
Pero vos escuchás un tango de acá y uno hecho en... Finlandia... y te das cuenta de la diferencia...
A ver... pará, pará... porque tal vez... depende... porque si yo me mato estudiando be bop y me despersonalizo al punto de tocar “casi” como Sonny Rollins, ¿cómo vas a saber dónde nací?
Por ahí pasa la pregunta...
¿La contesté?
No. A lo que voy es a algo más urticante, si se quiere. A si el músico argentino de jazz tiene identidad propia o intenta emular a otros.
Y... eso es muy personal. Hay tipos que tienen identidad nazcan donde nazcan. Y después están los otros que intentan emular a los grandes, así hayan nacido en Oslo. A mí me pasó en Berklee con un japonés que lo escuchabas y era un clon de Sonny Rollins. Si uno se acerca tanto a un estereotipo que define al género y lo imitás, lo imitás, lo imitás... te despersonalizás al punto de que no hay manera de que se sepa de donde sos.
¿Y eso es bueno o es malo?
Es una búsqueda muy personal. No lo podemos juzgar. Yo creo que es un desperdicio emular a otro en lugar de encontrarte a vos mismo. También hay que reconocer que encontrar la voz propia te puede llevar toda una vida.
Ahí, vos, ¿en qué plano estás?
Escuchando lo que estoy grabando y en relación a mi disco anterior encuentro grandes cambios; es como si en un viaje a Mar del Plata estaría por el cruce Etcheverry, más o menos... (aclaremos: Mar del Plata queda a unos 400 kilómetros de Buenos Aires y el cruce Etcheverry a aproximadamente 60). Es inevitable que haya cosas que son personales y que me pertenecen. Creo que estoy encontrando una voz propia, pero es un camino muy largo.
Vos creés que acá hay músicos con identidad propia...
¡Sí! (enfatiza) Hay tipos que ya se encontraron, aunque también puede ser que cambien. Vos escuchás al Coltrane de los inicios y poco tiene que ver con el de los últimos años. ¿Y Davis? ¿Cuántas veces volanteó?
Y, al menos, una vez por década.
Y siempre era él. Yo creo que acá... Juan Cruz de Urquiza tiene una personalidad muy definida, madura y aceitada en lo que es. Ernesto (Jodos) también. Javier (Malosetti) tiene una personalidad definida desde hace años. Estoy hablando de músicos cercanos a mi generación. Y que conste que es mi impresión, tal vez ellos no estén de acuerdo. Otro tanto tal vez pase conmigo... yo estoy conforme con mi rumbo y (piensa) creo que este año voy a empezar a hacer música en serio (risas), en cualquier momento arranco a estudiar (más risas).
Si tenés que estudiar... me voy...
No... está bien... un ratito puedo esperar...
¿Qué te produjo poder sacar tu primer disco?
¿Vos sabés cómo fue eso?
No...
Fue una oyente. Yo me estaba yendo después de un concierto en (el bar) Thelonious, una de esas noches que nunca se graban y una mujer me preguntó si tenía algún disco con la música que acabábamos de tocar, a lo que le respondí que no. Rastreó mi teléfono, me llamó y me dijo que quería producirme un disco. Nos juntamos a charlar y la verdad que esperaba cualquier cosa. Le aclaré que no iba a ser redituable y más o menos los costos. Me dijo que no había ningún problema, que afinara los números, lo que necesitaba para los músicos, en qué estudio quería grabar, que ella iba a crear un sello discográfico para editarme un CD. Y lo hizo. Cumplió con todo. Y además la agarró todo el desbole financiero con el dólar a casi cuatro mangos en medio de la grabación, Le pregunté si quería que postergáramos la cuestión y dijo que no. Se hizo una tirada de unos 500 ó 700 discos, no sé cuántos y se vendieron todos. No ganó plata ni creo que la haya recuperado, pero cumplió de la A a la Z.
¿El nombre?
Silvia Zapico. Y el padre hacía la distribución artesanal de los discos, negocio por negocio. O sea que Dios es argentino...
Y tiene una hija que se llama Silvia Zapico... (risas)
Hace mucho que no hablamos. Sólo tengo una enorme gratitud por todo lo que hizo. De verdad.
Otra historia fue el segundo...
Ehhhh... el segundo fue entrar por la puerta grande... Varela, presidente de EMI, que sería como un Silvio Zapico que se emociona con lo que tocás y sale a pegar carteles porque le gusta la música. Está loco... Una locura divina que nos favorece. Imaginate... un contrato bien pago, la licencia... y todo bien hecho, parecía una cargada lo bien que estuvo todo. Súndaram fue hecho como si yo fuera un artista pop facturando la décima parte. Con la obsesión de un Adrián Iaies atrás, que es una computadora, no se le escapa ningún detalle al tipo...
Y eso te ayuda o...
Y, más vale que ayuda, es como el huevo de la masa, el que une todo. Hace falta un tipo así porque es muy fácil desbolarse. Debe haber sido un montón de laburo. Y la verdad que hacer el segundo disco fue muy fácil.
¿Los dos discos que grabaste te contentan, son las fotos de cada época?
Son las fotos de cada época. Definitivamente. Son representativos de cada una de esas épocas de mi vida. En un estudio, ¿no? Pero sí, me representan.
¿Y el tercero de qué la va? Porque andabas en un proyecto con tres tríos...
Es esto... son tres tríos. Uno con Mariano Otero en contrabajo y Miguel Tarzia en guitarra. Otro con Jerónimo Carmona en contrabajo y Carto Brrandán en batería. Y el tercero es con Eloy Michelini en batería y Marcelo Gutfraind en guitarra. En todos los casos toco el tenor y es música original.
Y esto saldría...
En septiembre por S’Jazz. El título tentativo es Tres Tríos. Y ya sé lo que sigue, lo de los tres tristes tigres...
Como habrás podido apreciar, no salió palabra de mi boca...
Lo leí en el éter... (risas). Lo que grabé hasta ahora me dio motivos sobrados para alegrarme y para seguir estudiando. Cada trío tiene su humor. Tal vez no sea homogéneo, ya que son tres estéticas diferentes. Y la idea es mostrar cómo un músico de jazz tiene que mutar en función del entorno. Cómo cambia la interacción según la orquestación.
Se me ocurre que podés titularlo “Tres dúos y un tenor”.
A mí se me cruzó “Música para siete músicos”. Otra cosa. Los tríos van a estar intercalados. Son nueve temas en módulos de tres. El primer tema del disco va ser con Tarzia y Otero, está dedicado a mi abuelo y se llama “El Tata”. Mi abuelo vivió 99 años con perfecta salud y ya el primer disco se lo dediqué enteramente a él. Fue un gran referente para mí. Así que el tercero arranca con él. Por amor a mi abuelo. Y si la música no se trata del amor...
¿De qué trata?
Y... puede tratar del odio, también... pero para mí esto tiene mucho que ver con el amor, con la energía fundamental; y mi abuelo fue una gran reencarnación del amor.
¿Abuelo paterno o materno?
Materno, de apellido San Martín. Al paterno no lo conocí porque fue un desaparecido en la época en que Mussolini invadió Rusia, Giovanni Cavalli. Murió antes de que naciera mi viejo, en el ’39. O sea que no lo conocimos (piensa y parece a punto de quebrarse). Bueno... yo sí tuve la suerte de conocer a mi papá y eventualmente también le dedicaré una obra... mayor. Me gustaría más adelante hacer un disco con más peso en la composición, tal vez con cuerdas; y me gustaría dedicárselo a mi padre, que fue una persona que me apoyó mucho en mi carrera junto con mi vieja. Mi viejo era constructor y quería que yo fuera arquitecto. Y renunció a todos los proyectos que tenía conmigo para comprarme un saxo. Y se emocionaba mucho cuando me escuchaba tocar.
Él quería que fueras arquitecto.
Sí... a mí me gusta mucho la construcción...
Ahora construís solos...
Sí... (sonríe) La construcción me encanta porque me crié rodeado de eso, además...
Sos muy familiero, ¿no?
Puede ser... disfruto mucho de mi familia hoy, con mis dos nenes, otro en camino... no soy de salir. A veces me recrimino no ir a conciertos que me gustaría ver pero la verdad es que disfruto mucho estar en mi casa con los chicos, mi mujer... también encuentro mi inspiración ahí...
¿Sos consumidor de música?
Honestamente, en los últimos años he escuchado muy poca música. Volviendo... yo creo que cuando uno es honesto en una actividad creativa, no puede evitar que los campos personales se reflejen en el arte de uno. Yo la honestidad la vivo desde ahí. Habrá gente para la cual el proceso es más cerebral, pero en mi caso es más... emotivo.
Hay una fuerte presencia religiosa en tu vida.
Pongámosle espiritual.
¿De dónde viene?
La música de John Coltrane... a ver... descubrir a Coltrane fue algo más que descubrir a un tipo que me abría inquietudes artísticas; porque en su sonido, incluso el de la primera época, ya se percibía un sonido espiritual, una necesidad muy íntima, una “Inner Urge”, como diría Joe Henderson. Al menos eso es lo que me pasó a mí. Su música fue como el primer link entre la espiritualidad y el arte. Mi vieja, de chico, me había dado a leer un libro de Kandinsky que se llama “Lo espiritual en el arte”, muy interesante... pero ahí no pude hacer la relación entre arte y espiritualidad; sí pude hacerlo con Coltrane a quien considero, de alguna manera, mi primer maestro espiritual. Cuando descubrí A Love Supreme, yo tenía 21 años; y ya hacía 7 años que lo escuchaba... y junto con Meditations y Crescent, los tres álbumes fueron para mí como una gran meditación. Como un canal a una energía superior, una invitación a percibir la vida desde un lugar tremendamente ligado más al espíritu que a la materia.
¿Pero vos tenías algún background, desde el colegio o algún otro lugar?
No (enérgicamente).
Te pintó a través de la actividad artística entonces...
Exactamente. Y a través de la observación de la belleza. Por eso también Súndaram (título de su segundo álbum, que significa “belleza”). La contemplación de la belleza. Siempre recuerdo el jardín de mis abuelos y los viveros que visitábamos con mi viejo. Cuando yo era chico íbamos a la Fiesta de la Flor en Escobar. Ese paisaje, esos colores, esa variedad, esa sinfonía del color... también es un despertador a la actividad espiritual. Por eso en mi segundo disco le dediqué un tema a la colectividad japonesa en la Argentina por el recuerdo que tengo de los viveros (se refiere al tema Japanese Rendezvous). Porque para mí los viveros, de alguna manera, están ligados al jazz. Y ya veo que después de esta nota muchos me van a dejar de hablar (sonríe); pero no me importa (y sigue en lo suyo). Al igual que en un vivero, el jazz también celebra la diversidad. Es un género que siempre suma, que está hambriento de compartir. Por eso existe un Adrián Iaies que mete cosas tangueras, un Miles (Davis) que hace un Kind of Blue metiéndose con la música modal que fue una fuerte influencia de Oriente. El Chano Domínguez, toda la bossa, el Getz de los 60’s, Gillespie mismo... el jazz no excluye. Es tremendo... es una gran enseñanza espiritual también la que el jazz nos deja. Porque es ver la unidad en la diversidad. ¿Cómo puede haber tanta buena música desde fuentes tan diferentes?
¿Eso lo ves en el jazz y no en otros estilos?
Definitivamente. Me parece que la música académica adolece de este ingrediente y por eso siento, desde mi ignorancia en el género, que falta un poco de flexibilidad en los compositores académicos que no sé ni quiénes son. La verdad es que no sé nada, así que estoy hablando al divino botón. Pero me parece que es así. Hay otros géneros que no... En algunos casos parece que no pueden dejar de mirarse el ombligo.
¿Sos de ir a la Iglesia o algo por el estilo?
Soy de tratar de estar despierto lo más que puedo. No dormirme. Nada más. No voy a ningún lado.
O sea que no sos partidario de...
(Interrumpe) Yo soy partidario de todo lo que a la gente le traiga paz y conexión con su Saber, con mayúscula.
Adonde iba es al hecho de si eso que recibís aunque no vayas a buscarlo produce algún efecto dominó en tus composiciones. Si vos decís que se refleja de alguna manera.
Y... como te decía hace un rato... inevitablemente (hace una larga pausa) la vida del artista refleja lo que uno es. Y no se puede evitar. Tenés que ser un esquizofrénico...
O un mediocre.
O un imitador. Pero en definitiva vas a sonar como un imitador y eso es lo que sos. No te escapás. Para mí la actividad artística es como un gran espejo.
De uno.
Sí.
Y con quien toca... ¿también?
Pero yo toco con grandes maestros...
Por eso...
Mirá... Brandán, Carmona, Tarzia, Otero, Gutfraind y Michelini son para mí personas antes que músicos. De tremendo nivel. Los quiero a todos...
Personas de tremendo nivel. ¿Vos tocarías con una persona que no tenga un “tremendo nivel”?
Por supuesto... porque yo no juzgo a las personas... aunque me he ido de grupos.
O sea que para vos es más importante la persona que el músico...
No, no, no... hay un aspecto profesional que también es importante. Si vas a hacer un proyecto de 4 horas o 4 días, entonces importa básicamente que el trabajo esté bien hecho. Ahora... si hacés algo como lo que estoy haciendo yo ahora, que implica viajes, horas de convivencia y demás, la persona importa mucho.
De todas maneras, yo no juzgo. Porque en nuestro camino, todos tenemos que luchar contra los juicios y los prejuicios. Y el bien y el mal son cosas tan relativas... Yo trato de acercarme a la gente que me alimenta. Y estar con ellos el mayor tiempo posible.
Yo lo que percibo últimamente es que hay muchos jóvenes que son tremendos músicos y tremendas personas. Y ojo, que no soy Heidi ni mucho menos...
Ahora parece haber mucha más convivencia entre los músicos que hace algunos años...
La orquesta de Mariano Otero es un fenómeno muy interesante en ese sentido. Incluso tiene un valor social muy importante. Es un proyecto ambicioso. Pero también desde la cantidad de tiempo y energía que hay que ponerle. Y lamentablemente yo tuve que abrirme de la orquesta por esos motivos... porque el laburo es infernal. Y a veces no te queda otra que optar. Por eso también es entendible que Pepi (Taveira) haya dejado el grupo porque está muy enchufado con su nuevo cuarteto y además estamos por grabar un disco en trío con Jerónimo Carmona. Y yo también estoy por cristalizar un proyecto postergado que es un disco con (el pianista) Guillermo Romero. Y esto es algo que me pone muy contento, porque además de que hace siete años que tocamos juntos, Romero es un regalo que me dio esta vida. Una de las sorpresas que Dios me tenía preparada y estoy muy agradecido por ello. Es un gran músico, yo lo admiro mucho. Nos conocimos cuando yo tenía 16 años y ya se tocaba todo el pibe... ya de joven fue siempre muy maduro musicalmente. Igual que Jodos... que a los 18 años ya tocaba como un anciano el cretino... las ideas que tocaba... y es cierto que los medios no son los aptos como para sostener con holgura determinados proyectos. Pero también seamos agradecidos, porque ese proyecto existe. Veamos el vaso medio lleno...
La sensación es que un grupo así puede alentar a la creación de otros combos similares, tal vez con menos músicos...
Tal cual... y no nos olvidemos que hace pocos años la escena del jazz no existía... y la verdad que yo creo que todos somos sensibles a las cosas buenas. Ernesto (Jodos), a mi manera de ver, nunca llevó a cabo proyectos condescendientes. Y al tipo le ha ido bien. Porque la gente lo percibe sin tener por qué saber lo que es un acorde disminuido... Vos cuando ves algo bueno lo percibís desde un lugar que traspasa la mente. Y el público argentino está respaldando estos emprendimientos porque ve que hay gente de valor. La gente no es tonta.
¿Querés agregar algo más?
No... tal vez quitar algunas cosas que dije que son innecesarias...
Es que ésos van a ser los titulares... (risas)
Fuente: El Intruso. (Magazine on line N° 30)
Una gran persona. Me aporta mucho cuando habla y toca.
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