Gato Barbieri en Buenos Aires: tras 18 años de ausencia, actúo en el Gran Rex el saxofonista argentino, junto a músicos latinoamericanos.
Pasó mucho tiempo. Demasiado. Si la vuelta de Gato hubiera sido en 1984 (año de regreso de la democracia en el país) quizás hubiera sido más fácil. A pesar de ello, entrevistas en televisión (la del programa "Hola Susana" fue antológica por el despiste de su conductora), diarios, dos funciones a sala casi llena y el aplauso entusiasta y cariñoso del público hicieron justicia a uno de los mas importantes músicos argentinos de todos los tiempos.
Con una propuesta musical que, luego de poco más de veinte años de desarrollo ya es "clásica", la escasa difusión de su obra en Argentina, más estos largos 18 años sin tocar acá, la hacen difícil de asimilar para oyentes acostumbrados a otra cosa.
Por eso, quizás, los comentarios aparecidos en medios importantes tienen un enfoque que, a mi juicio, no es del todo justo. Pareciera que fueron a escuchar al Gato pensando en los Marsalis Brothers. Y eso es como ir a un concierto de Cecil Taylor pensando en Bill Evans.
La estética de Gato. basada en la improvisación colectiva, rescata viejos y nuevos temas del cancionero popular latinoamericano, para recrearlos con una voz inconfundible, inimitable, única (justamente una de las características fundamentales de los grandes del jazz).
Y esta voz se escucha casi permanentemente, hay pocas pausas en el discurso musical de Gato. Y esta es otra característica que disgusta, desconcierta a quienes están acostumbrados a otra estructura, la de los "solos".
Entonces se habla de exceso de ego, de falta de lucimiento de los acompañantes. Creo que la realidad es otra.
Todos los músicos se destacan a lo largo del concierto, ya que tocan tanco como el Gato, con una energía y creatividad impresionantes. Y el Gato los dirige, los impulsa, los estimula, camina por todo el escenario, se da vuelta, habla y toca. Y lo hace con un sonido impresionante, una técnica deslumbrante y un manejo adecuado del "grito".
Claro, para muchos oyentes, puede ser demasiado. Estar dos horas, sentado inmóvil en una butaca, frente a tal despliegue de energía puede resultar apabullante. Requiere un esfuerzo emocional al que, lamentablemente, no se está acostumbrado.
El repertorio elegido por Gato fue similar las dos noches, aunque interpretado por su grupo es totalmente distinto. A pesar de ello, por allí alguien habló de monotonía, confundiéndola con estilo. Así pasaron temas escuchados en algunos de sus más importantes trabajos discográficos: Third World, Fenix, Chapter One: Latin America, Bolivia. Y si no estaban sobre el escenario Ron Carter, Stanley Clarke, Lonnie Liston Smith, Nana o Airto, había cuatro músicos tan buenos como ellos: el extraordinario Eddy Martínez en piano acústico; Nilson Matta en bajo eléctrico; Andy González en batería y Guilherme Franco en percusión.
Estos músicos latinoamericanos se complementan perfectamente con el Gato y podrían ser el espejo donde mirarse para muchos músicos locales que, como le pasara hace treinta años al propio Gato con Coltrane, Bird, Miles, están ahora encandilados con los prolijos hermanos Harper, Marsalis y compañía, sin tener en cuenta sus propias raíces, sus realidades distintas. Quizás como ninguna otra música, el jazz es un fiel reflejo del momento político y social de cada comunidad. Por eso no es de extrañar el suceso, en todo el mundo, de estos jóvenes "hijos de Reagan" que no son sino tradicionalistas que tocan música inventada hace 50 años. Cuando todavía están vivos (y tocando tan bien como siempre) un Horace Silver, un Max Roach, se conoce e imita a Marcus Roberts o Tain Wats y no se escucha a Barbieri. Paradojas de la moda.
Pero Gato tuvo la suerte de ser influído directamente por los creadores originales, no por revivalistas soft. Y quizás poe eso él mismo se transformó en un innovador, un vanguardista.
Y es ese Gato al que escuchamos tocar versiones inolvidables de El día que me quieras, Milonga triste, El arriero, Último tango en París, Europa.
Creo que el regreso de Gato es el acontecimiento jazzístico más importante de los últimos años. Gracias entonces a quienes lo trajeron (aunque sea 7 años tarde).
Ojalá este rosarino introvertido y sensible haya escuchado ese ¡Bienvenido a Buenos Aires, Gato! que un espectador agradecido le gritó el sábado. Expresó el sentimiento de muchos argentinos, incluído el mío.
Hasta siempre, Gato.
Jorge Lardone
www.elcolordeljazz.com.ar
Artículo aparecido en el Nº21 (diciembre 1991/enero 1992) de la revista "Todo el Jazz", editada en Buenos Aires (Argentina) por Editorial Jazzmanía y la más importante de américa latina en esa época.
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